jueves, 17 de marzo de 2011

Tan sólo un segundo (III)

Él la desnudó despacio, en silencio, cómo si el reloj se hubiera parado. Lo había deseado durante tanto tiempo que no quería perderse detalle. Si alguien les hubiera visto hubiera creído que ella guardaba un mensaje escrito en braille en los lunares de su espalda. Ella se dejó hacer, sentada entre sus piernas, sintiendo el contacto de esas manos tan familiares, y tan desconocidas a la vez. Eran mucho más ásperas de lo que las recordaba, pero no le importó. Llevaba tiempo sin sentirse tan en casa en su propia casa.

Ella recordó una situación demasiado parecida, tiempo atrás. Él le había confesado que aquella vez no se atrevió por miedo a haber malinterpretado algo. Ella no estaba dispuesta a que hubiera ningún error de interpretación. Él le acarició la nuca, ella se deshizo la coleta. Sus manos siguieron subiendo, enredándose en su pelo. Ella bajó la cabeza, se estiró hacia delante. Él sonrió, siempre había dicho que parecía una gata, pero nunca lo había sido tanto como en ese momento. Resiguió con las manos el arco de su espalda, se inclinó y la besó en la espalda, justo en el centro, cómo si quisiera llegar al corazón siguiendo el camino más difícil. Ella sonrió al pensarlo, pero no entendió la jodida paradoja.

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