lunes, 21 de febrero de 2011

Tan sólo un segundo (II)

Cuando él llegó, ella estaba tan reclinada en el banco que hubiera podido mimetizarse con él. Él le reconoció la coleta, se le acercó por la espalda, sin dar la vuelta al banco. Ella no se incorporó, le cogió la nuca, en un abrazo tan tierno como extraño, y se besaron en la mejilla, aunque poco les faltó para hacerlo en los labios. Él se quedó aturdido y cuando ella se levantó, no acertó más que a besarle la otra mejilla, esta vez más cortés, más distante. 

Ella no le devolvió el segundo beso, nunca daba dos besos a la gente importante, aunque siempre se los dejaba dar. Él hablaba deprisa, sin decir nada en concreto, moviendo mucho las manos, cómo siempre hacía cuando estaba nervioso. Ella sonrió al identificar ese tic que había quedado guardado en algún rincón de la memoria. Él se puso más nervioso al darse cuenta y exageró el gesto, consiguiendo que a ella se le escapara una carcajada que le recordó a las de años atrás. Hubiera podido pasarse horas haciéndola reír.

Empezaron a andar sin rumbo fijo y sin prisas, como solían hacer cuando se conocieron. Habían pasado años desde la última vez, pero ninguno de los dos lo mencionó. Ninguno recuerda muy bien de quien fue la idea, pero acabaron pidiendo comida para llevar y siguieron el paseo hasta casa de ella. Él no encontró el portal, pero recordaba el piso. Había pasado tanto tiempo que si el perro no hubiera sido de cerámica tampoco le hubiera reconocido.

Comieron, rieron, y hablaron de todo y de nada. Hasta que se quedaron callados.

1 comentario:

  1. Dicen que hay silencios incómodos.

    Que hay gente con la que los silencios no importan...

    Pero a mí los que me encantan son los que importan. Los que significan lo que se avecina...

    :)

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