jueves, 30 de julio de 2009

Calor

Llevo días sin escribir, y sin pasarme, no me lo tengáis en cuenta, estoy medio mala, con un mal resfriado de verano de estos que van empeorando con los días, y además, estoy exiliada en mi fortaleza.

Mis primeros recuerdos de verano, están asociados con la playa, y con viajar. Cuando era pequeña, mis padres tenían una caravana, y mis tíos otra. Mi tía, mi madre, mis primos y yo pasábamos el verano instalados en un camping cercano a Barcelona, a pie de playa. Mi padre y mi tío venían los findes, o quizá entre semana, la verdad es que no lo recuerdo y me da pereza preguntar. Cuando ellos, los hombres, tenían vacaciones, desplantábamos las Roulottes y nos íbamos por las Españas. Mi prima mayor puede enumerar las vacaciones recordando los parques de los campings que visitábamos. Pero siempre volvíamos a la playa. Adoro a mis primos, especialmente a estos dos, hasta tal punto que, según me cuentan, de pequeña me preguntaban si quería hermanitos y respondía que no los necesitaba, que ya tenía a mis primos, pero como siempre, me voy por las ramas. En algún momento, supongo que mis padres y mis tíos decidieron sentar la cabeza, o algo parecido: se vendieron las caravanas y nos volvimos sedentarios. Ellos compraron una torre en un pueblo del interior, aunque no muy lejos de la costa, mis padres un apartamento en primera línea. Estábamos a media hora de coche, pero nos veíamos menos. Cambié a mis primos por amigos. Una de mis mejores amigas de toda la vida es una personita que “vivía” en el apartamento de al lado, y que un buen día asomó la cabeza por debajo del separador del balcón, para preguntar quién era, y si quería jugar con ella.

Cuando mis padres se divorciaron, mi padre se quedó con el apartamento, y con mi madre, empezamos a venir a veranear al apartamento de mis abuelos, en la misma costa, un par de pueblos más al sur. Así que hice nuevos amigos. Pasaba unos 15 días en cada pueblo, y, pese a tener buenos amigos en ambos sitios, y de conocer montones de gente (es fácil conocer gente en los pueblos costeros, todos venimos a divertirnos, a no pensar en nada) siempre tuve, he tenido, la sensación de estar un poco fuera de lugar en ambos lados.

Para mí, verano es sinónimo de playa, de sal, de horas de sol, de calor. Me gusta venir a exiliarme unos días, antes de que aparezcan todos mis amigos y conocidos y me obliguen a salir de fiesta noche tras noche, algo que, por otro lado, me encanta. Mi rutina de exiliada consiste en levantarme no muy tarde, a las 10, cuando tocan diana (independientemente de a la hora a la que hayas llegado, provocando, cuando esa hora es pleno día, un conflicto de intereses), desayunar pan tostado, algo que no hago normalmente en Barcelona, recoger mínimamente, ponerme el bikini, untarme en crema, bajar a la playa, tomar un poco el sol, dar un largo paseo hasta que las piernas dicen basta, volver a dónde has plantado la toalla, darte un baño, secarte al sol, subir a la piscina, pegarte unos largos cortos, que la piscina no da más, comer, leer y vegetar durante un par de horas, quizás tres, hasta que el sol deja de doler, y bajas otra vez a la piscina, al vóley cuando éramos más jóvenes, a dar una vuelta por el paseo, o al pueblo de al lado a ver tiendas, subir a cenar. El siguiente paso, varía si estoy en modo exiliada, o si toca socializar. En modo exilada, se trata de convencer a alguno de mis hermanos de que no salga, o requisar a mis abuelos si están (cada vez suben menos), y jugar una partida a cartas o al dominó. En modo sociable, implica salir, entresemana a tomar algo, el fin de semana (desde el jueves) de fiesta, que empieza en la playa o en el parque de botellón.

Seguramente, mi momento favorito es la hora de la siesta. Es mi favorito porque es el único que es mío. Ese calor que te aprieta el cuerpo, que no te deja hacer nada, a menudo, ni siquiera dormir. Es cuando cojo mi libro, el que sea en este momento, y lo devoro. Vivo por y para el personaje. Ahora son Lisbeth Salander y Mikael Bloomkvist, de Millenium, una saga mucho más adictiva que mediática, me temo. No me malinterpretéis, adoro las partidas de cartas con mi abuelo, las palizas de mi hermano, caminar pos la playa con mi madre. Adoro ver a mis niñas de año en año, y seguir cotilleando como cuando teníamos 15, me gustan hasta los gritos de la vecina, pero leer, tostándome en la terraza, me encanta, quizá, porque es lo único que realmente sólo hago en vacaciones, y lo que más echo en falta cuando vuelvo a la realidad de esa jaula de cemento en la que vivo y que tanto me gusta. Creo que acabo de tomar una decisión: quiero un piso con terraza al sol.

1 comentario:

  1. Muy amena la lectura. Se parecen mucho a mis veranos. La única diferencia es que nunca tuve caravanas, por la mañana voy a la piscina y por la tarde a la playa hasta las 9 o 10 de la noche, y que juego al dominó con mis sobrinos, mi prima y mi padre.

    Zalu2.

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